Del latín a las lenguas romances
- Las glosas Emilianenses, primeros testimonios en lengua romance
Fragmento de la p. 72 del códice Aemilianensis 60
Texto en dialecto Navarro-aragonés
Con o aiutorio de nuestro
dueno Christo, dueno
salbatore, qual dueno
get ena honore et qual
duenno tienet ela
mandatione con o
patre con o spiritu sancto
en os sieculos de lo siecu
los. Facanos Deus Omnipotes
tal serbitio fere ke
denante ela sua face
gaudioso segamus. Amen.
Traducción castellana
Señor Don Cristo Don
Salvador, Señor
que está en el honor y
Señor que tiene el
mandato con el
Padre con el Espíritu Santo
en los siglos de los siglos.
Háganos Dios omnipotente
hacer tal servicio que
delante de su faz
gozosos seamos. Amén.
- Archivo de sonido
1. EL LATÍN Y LAS LENGUAS ROMANCES
Una lengua muerta es aquella que ha dejado de hablarse y ha desaparecido dejando, a lo sumo, vestigios arqueológicos. El hetita se habló en Anatolia hace varios milenios y hoy se conoce a través de inscripciones; es una lengua muerta. Sin embargo, suele decirse que el latín de la antigua Roma es una lengua «muerta», soslayando el hecho de que nunca dejó de hablarse; se transformó, eso sí, y aún pervive.
Los romanos unificaron mediante su cultura y su lengua los territorios y las gentes de su vasto Imperio. Cuando este Imperio se disgregó políticamente en el siglo V, la lengua latina no desapareció repentinamente, tras haber sido vehículo de entendimiento de países muy distantes durante siglos. Cabe suponer que hubiese variedades dialectales, incluso desde un principio, debidas a múltiples factores (sustrato de lenguas prerromanas, procedencia de los colonizadores, comunicación con la Urbe, proceso de romanización, existencia de escuelas, etc.), pero, a pesar de ellas, había cierto grado de unidad, y ésta se mantuvo todavía durante algún tiempo, sin que las diferencias en la lengua hablada fuesen muy radicales de un país otro.
En torno al siglo VIII, los hablantes (al menos los letrados) de las distintas zonas en que se hablaba latín, comienzan a percibir diferencias sustanciales entre la lengua hablada, o vulgar, y la escrita (más conservadora), la de las obras de los autores antiguos y los textos religiosos. Efectivamente, algo estaba ocurriendo; las diferencias se habían hecho también más acusadas de un país a otro y estaban dando lugar a la fragmentación linguística de los territorios del antiguo Imperio Romano de Occidente; sin solución de continuidad con el latín estaban gestándose las lenguas romances.
Durante la Edad Media, la diferencia conceptual entre la lengua culta escrita y la lengua vulgar se hace patente cuando a ésta última se la designa con expresiones como «rustica romana lingua» (Concilio de Tours, 813). Del adjetivo romanicus, aplicado a lo que concernía a la Romania (conjunto de países de habla latina), surgió el adverbio romanice, 'en lengua vulgar', 'en romance', lo mismo que latine significaba 'en latín'. El término «romance», referido al castellano, lo hallamos documentado muy tardíamente, en el siglo XIII, en Gonzalo de Berceo (romanz, román paladino).
En todas las lenguas, y en cualquier etapa de su historia, se ha distinguido un uso culto (del que queda constancia en las obras literarias) y un uso vulgar. En el caso del latín, sabemos que la forma de lengua que empleaban los autores cultos, siendo la misma y única, tenía diferencias de léxico, de sintaxis y, probablemente, fonéticas, con respecto a la forma popular, familiar o, simplemente vulgar. En este latín vulgar se encuentra el origen de las lenguas romances que, al fin y al cabo, son continuadoras suyas («las diferentes variedades romances representan, en cierta manera, los dialectos medievales y modernos del latín», dice el estudioso V. Väänänen).
Los filólogos han establecido que los cambios fonéticos se verifican en épocas y condiciones determinadas, y han deducido las leyes que explican los cambios fonéticos que se han producido en el tránsito del latín a cada una de las lenguas romances, hasta tener su forma actual.
En la Península Ibérica las lenguas romances habladas actualmente son: castellano, catalán, gallego y portugués. El castellano y el portugués se extendieron también al continente americano y a zonas de África y Asia, siendo el castellano la lengua romance de mayor difusión en el mundo, con más de 250 millones de hablantes. En Europa se hablan, además, las siguientes lenguas romances: francés, italiano y rumano. De éstas, también el francés rebasó las fronteras de Europa.
3. LAS LENGUAS ESPAÑOLAS
Primera página de la Constitución Española editada por el Senado en 1994
Como legado de nuestra fecunda historia, en España tenemos tres lenguas romances: castellano, catalán y gallego, y una que no es romance, el euskera. La Constitución establece lo siguiente con respecto a ellas:
Constitución Española, Preámbulo: «La nación española (...) proclama su voluntad de: (...) Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, culturas y tradiciones, lenguas e instituciones.»
Constitución Española, Título Preliminar, Artículo 3. 1-2: «El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen deber de conocerla y el derecho a usarla. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos.»